jueves, 27 de noviembre de 2008

El Guardián de la Sangre. Capítulo 1.


“Si acaso muero o desaparezco un día de estos, abrid este sobre.” No fueron sus palabras, sino la forma de decirlas. Cuando Eduardo murmuró aquella frase nada más iniciar su clase, ningún alumno sonrió, ni siquiera los que buscaban cualquier pretexto para iniciar el alboroto. Los discípulos estaban acostumbrados a que aquel profesor bromeara de vez en cuando, pero aquello no parecía una muestra de su sentido del humor. La cara del profesor parecía algo pálida y sus ojos estaban enrojecidos. Aquello podía ser el efecto de una noche de insomnio o simplemente el paso del tiempo, que de vez en cuando, y sobre todo a partir de cierta edad, da esos zarpazos terribles en nuestros rostros echándonos de golpe unos cuantos años encima. Pero todos los alumnos supieron al escuchar su tono de voz y al ver su mirada atemorizada que aquel profesor, de ordinario afable y sonriente, les estaba hablando más en serio que nunca.
La clase seguía en un silencio expectante, como hipnotizada, mirando el blanco sobre que el profesor sostenía con un cierto temblor de su mano izquierda. El profesor intentó esbozar una sonrisa, pero no fue más que una mueca.
“Creo que me he metido en un buen lío...” Se entrecortó, dudando qué decir o qué callar. Los alumnos seguían en silencio y miraban al profesor sin pestañear. Alba pensó que pocas veces había sentido esa sensación tan intensa nunca, en ninguna clase. Aquello que les había dicho Eduardo era real, se notaba. Aquello era la vida... ¿La vida? ¿No les había hablado el profesor de la muerte tantas veces al comentar un poema o una obra épica? ¿No era la presencia de la muerte la que nos hace comprender la belleza y el valor de la propia vida? Ahora esa vida y esa muerte irrumpían con toda su fuerza en mitad de una clase. Aquello no era lo habitual en el IES El Convento y seguramente en ningún otro instituto de España. Lo normal para un estudiante o al menos para ella era entrar en la clase a recibir informaciones inútiles o al menos alejadas de su existencia cotidiana y copiar frases, definiciones, fórmulas, demostraciones de problemas y todo lo que los profesores pusieran en la pizarra. Aquello era distinto, aquello era la vida en toda su fortaleza. Gabriel, Álvaro, Juan Antonio, Gloria, Sara, Adrián, Pablo, Carolina, Pilar, todos callaban esperando que el profesor prosiguiera su extraño relato. Algunos dudaban. ¿No sería todo otro de sus trucos para que atendieran en la clase de Literatura?
Eduardo también sintió la expectación y su antiguo sentido del humor salió a flote. “Nunca os había visto tan callados. Está visto que no hay nada mejor que un profesor anuncie su propia muerte para contentar a los alumnos.” Algunos alumnos sonrieron.
“No quiero deciros mucho más porque no quiero complicaros en esto. Pero simplemente recordad esto: dejaré el sobre en mi casillero en la sala de profesores. Si acaso me pasara algo, llevadlo inmediatamente a la Guardia Civil. ¿Habéis entendido? Quiero que sepáis que os aprecio mucho y que nunca os olvidaré.”
Los alumnos asintieron desconcertados por aquella muestra de emotividad. Las palabras del profesor habían resonado solemnes, inusuales. Eduardo miró despacio desde la pizarra su vieja aula. Allí llevaba diez años dando clases de literatura y había tomado cariño a aquel edificio magnífico. Su aula era una de las más bellas del centro y sus paredes de piedra y ladrillo, que contaban cuatro siglos de existencia, las mismas que le habían visto recitar los versos del Cid, de Bécquer, de Juan Ruiz o de Antonio Machado enmarcaban ahora el rostro de un hombre verdaderamente emocionado, que parecía a punto de llorar. En ese momento sonó su teléfono móvil. Su tono de llamada eran unos rasgueos de guitarra eléctrica que pretendían imitar alguna melodía de heavy metal. Era una musiquilla aguda y estridente que no gustaba especialmente al profesor ni a nadie, pero Eduardo no había encontrado otra que le convenciera más en su teléfono y no estaba dispuesto a gastar dinero en comprar tonos telefónicos de descarga así que la adoptó de mala gana. A pesar de que era una música mala, tenía una virtud: era una melodía tan agresiva desde su primer acorde que al oírla cualquier persona se sobresaltaba aunque estuviera acostumbrado, como los alumnos, a sobresaltarse con ella. No fallaba: despertaba a los muertos. En el IES El Convento estaba prohibido que los profesores hablasen por su teléfono móvil mientras daban clase y todos lo sabían, pero también sabían que Eduardo se saltaba aquella disposición e incluso permitía a sus alumnos contestar llamadas si éstas eran verdaderamente importantes. Era pues algo habitual escuchar la estridente melodía en la clase. Pero en esta ocasión, el profesor parecía aterrorizado por el poderoso timbre del pequeño aparato y al mirar quién lo llamaba en su pantalla dudó unos instantes sobre lo que debía hacer. Tampoco pasó desapercibido ese gesto de temor y duda a sus alumnos y alguno golpeó con el codo a su compañero o buscó complicidad en otro diciéndole con la mirada que seguramente aquella llamada tenía relación con aquel lío que les acababa de mencionar. Finalmente y con paso decidido, Eduardo salió de la clase a contestar.
En cuanto cerró la puerta de un fuerte golpe, los alumnos se lanzaron a comentar en voz alta lo que acababan de ver. “Es una broma, no puede ser verdad”, terciaban algunos. “¿Una broma?, ¿pero no has visto la cara que ha puesto?” Alba tampoco pensaba que fuera una broma. Aquello, lo que fuera, iba muy en serio. Las conversaciones de los alumnos iban subiendo de volumen y al poco de salir el profesor, los estudiantes hablaban prácticamente a gritos. Muchos se habían levantado de sus sitios y bromeaban como si estuviesen en el patio, en pleno recreo. Gabriel enseñaba sus dibujitos a varios compañeros entre carcajadas. Cuando ya pasaban diez minutos desde que Eduardo saliera, Ángeles se asomó al pasillo. No había nadie. La mayor parte de los alumnos se despreocupó totalmente y siguió a sus juegos y a sus bromas dando fuertes voces. Nazaret y Carolina se dirigieron a la sala de profesores y luego al Departamento de Lengua buscando al profesor. Ni estaba allí ni nadie le había visto. Bajaron al piso inferior hasta la Cafetería y dieron parte de la situación en la Jefatura de Estudios y en el despacho de Dirección. El propio director, Matías, les acompañó bromeando hasta la conserjería. “¿Que Eduardo ha desaparecido? No es tan bajito como para desaparecer, hombre. Vamos a ver a los conserjes.” En el IES El Convento hay una cancela de forja cuyo mecanismo de apertura controlan los conserjes con un mando a distancia. Sin su permiso, es imposible salir. En la conserjería estaba Mariela, ocupada en hacer fotocopias. No había visto nada, nadie le había pedido que abriese la puerta. “¿Lo veis?” dijo Matías.”Estará por cualquier sitio. Venga, Nazaret, va a sonar el timbre. Iros a clase, que ahora irá él para allá.”
Efectivamente, cuando los estudiantes atravesaban el claustro del convento para subir al segundo piso donde se encontraba al Aula de Literatura, sonó el timbre. Carolina y Nazaret corrieron para recoger sus mochilas e irse a la siguiente clase, al Aula de Matemáticas. Los alumnos ya se habían olvidado de Eduardo y su sobre blanco y se dirigían entre bromas, risas y empujones por la galería superior del convento a otra aula, a soportar una nueva sesión de tortura didáctica.
Mientras, otro grupo de alumnos esperaba en la puerta del Aula de Literatura la llegada de Eduardo. A los diez minutos seguían allí alborotando por lo que los profesores de guardia se dirigieron hacia allá. Buscaron al profesor de literatura por todo el convento. Era un edificio construido en 1597 y reformado para albergar un instituto de secundaria, por lo que se trataba de un edificio tan bello como grande. Buscaron a Eduardo por todo el edificio, pero no le encontraron y reflejaron la incidencia en el parte de asistencia del profesorado. Eduardo tampoco asistió a su tercera y a su cuarta clase del día. A media mañana, muchas personas en el instituto sabían que Eduardo había desaparecido.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

La narrativa didáctica medieval

1. La narrativa didáctica medieval: causas y técnicas narrativas.
a. ¿Qué es la narrativa didáctica medieval y cuándo se produce?: Este punto debe hacerse con los apuntes de clase. Datos siglos XIII y XIV; propósito enseñar.
b. ¿Para qué servía la narrativa didáctica medieval? También debe hacerse con los apuntes de clase. Datos: Causas: Analfabetismo y moral.
c. Técnicas narrativas medievales. Este punto ha de hacerse con los apuntes de clase y con el libro ejemplificando cada una de las cosas que digáis con ejemplos de los textos que aparecen en la unidad.
i. Narrador omnisciente
ii. Los personajes tipo: sencillez y actitud moral
iii. Estilo directo
iv. El espacio y el tiempo: cercanos
v. La moraleja: enseñanza explicita
d. Géneros de la narrativa didáctica medieval
i. Ejemplo: con moraleja
ii. Cuento enmarcado: sin moraleja.
2. Completa la siguiente tabla (usa el libro para ello)

Autor
Año de nacimiento y muerte
Clase social
Obra
Género



Libro de Buen Amor
Milagros de Nuestra Señora
El conde Lucanor
El Decamerón
Cuentos de Canterbury

martes, 25 de noviembre de 2008

El Realismo. Trabajo de literatura. Entrega 2 de diciembre 2008

El Realismo

1. ¿Qué es el Realismo? (épocas, países, ideas generales. Causas sociales del realismo). Coubert y la descripción exacta de la realidad. Stendhal: “La novela es un espejo a lo largo de un camino.”
2. La novela realista y sus características. Al hacer este punto recordad explicar con vuestras propias palabras las ideas (por tanto no se admitirán copiados) y añadir ejemplos de los textos que vienen en la unidad del libro o en otras obras realistas.
a. Temas: la estructura social y el ascenso social. El dinero. El matrimonio y el adulterio.
b. Características de la novela realista: descripción vida cotidiana, descripción detallista tiempos y espacios, narrador omnisciente, personajes burgueses y capas medias, psicologismo, diálogos, etc.
3. Principales autores realistas: Clarín, Galdós, Pardo Bazán, Stendhal, Dostoyevsky, Tolstoi, Dickens, Flaubert, Balzac, Zola.