Unidad 3.
Tipologías textuales
El resumen.
El resumen es la presentación redactada del contenido fundamental de un texto.
El resumen de un texto narrativo tiene las siguientes partes:
Introducción:
En este [género] titulado [título] del autor [nombre del autor], un narrador [tipo de narrador] cuenta la historia de [protagonista] que, tras muchas vicisitudes, acabó [situación final].
Planteamiento
[Marcador de inicio], [protagonista] + [situación inicial], pero [problema]
Nudo
[Marcador de progresión lógico- temporal], [protagonista] + [Antagonista] + [Problema(s)]
Desenlace
[Marcador de cierre] [protagonista] [Situación final]
Unidad 3.
Literatura. Los géneros literarios.
Los textos literarios se clasifican en tres grandes grupos según su temática y su forma. A estas clasificaciones temático-formales las llamamos géneros literarios. Por tanto, un género es un grupo de textos literarios que tienen un tema y una forma parecidos.
- La narrativa.
Los textos narrativos son aquellos en que un narrador cuenta la historia de unos personajes en un tiempo y un espacio determinado.
- La lírica.
Los textos líricos son aquellos en que una voz poética expresa un estado de ánimo, un sentimiento, una emoción o unas ideas.
- El drama.
Los textos dramáticos son aquellos concebidos para ser representados en un teatro por unos actores. Se organizan por medio de diálogos y monólogos.
Ejercicio 1 página 44, ejercicio 8 de la página 45 y ejercicio 6 de la página 46.
Unidad 3. Lengua. El adjetivo calificativo.
- Concepto de adjetivo calificativo
El adjetivo calificativo es la palabra que expresa una cualidad o característica del sustantivo con el que concuerda en género y número.
El gato negro / Los gatos negros
Un truco para reconocer los adjetivos es que pueden llevar delante la palabra muy porque tienen morfema de grado.
Hay ocasiones en que es toda una frase la que cumple la misma función de un sustantivo. Luisa, sincera, me lo contó todo.
Luisa, que siempre dice la verdad, me lo contó todo.
Ejercicios 1-5 página 47.
- Género y número del adjetivo.
Los adjetivos son palabras variables, pues tienen morfema de número y género.
Hay adjetivos de dos tipos:
a) Dos terminaciones, una para el masculino y otra para el femenino: la camisa roja, el jersey rojo.
b) Una terminación para los dos géneros: el jersey azul, la camisa azul. En estos casos, se sabe el género del adjetivo al mirar el del sustantivo al que acompaña.
- Grado del adjetivo
Los adjetivos pueden expresar el grado o intensidad con que esa cualidad se manifiesta en el sustantivo al que acompañan.
Hay tres tipos de grado
Grado positivo: posee la cualidad | Grado comparativo: se compara la cualidad con la de otro sustantivo | Grado superlativo: se manifiesta la cualidad en grado máximo. |
Lento | Más lento que | Lentísimo Muy lento |
Menos lento que | ||
Tan lento como Igual de lento que |
- Clases de adjetivos
Los adjetivos calificativos pueden clasificarse en dos grupos:
Objetivos: Expresan características objetivas del sustantivo; es decir, son indiscutibles.
El pantalón blanco, la montaña nevada, las flores marchitas.
Subjetivos: Expresan cualidades subjetivas, que dependen de la opinión o valoración del hablante.
Postre delicioso, persona encantadora, película horrible.
La sílaba
Las palabras se dividen en sílabas. Cada sílaba está formada por los sonidos o fonemas que se pronuncian en el mismo golpe de voz. Cada sílaba debe tener al menos una vocal.
La sílaba tónica es aquella que se pronuncia con mayor fuerza. El resto de las sílabas de la palabra son átonas. Para que haya una sílaba tónica debe haber por tanto al menos dos sílabas en la palabra. Las palabras con una sílaba son todas átonas.
Según la posición de la sílaba átona, las palabras se clasifican en:
Agudas | El acento recae en la última sílaba | |
Llanas | El acento recae en la última sílaba | |
Esdrújulas | El acento recae en la última sílaba | |
Sobresdrújulas | El acento recae en la última sílaba | |
Ejercicios 1-5 página 51
Textos de trabajo
Caperucita roja, en versión de los hermanos Grimm
Había una vez una niña muy bonita. Su madre le había hecho una capa roja y la muchachita la llevaba tan a menudo que todo el mundo la llamaba Caperucita Roja.
Un día, su madre le pidió que llevase unos pasteles a su abuela que vivía al otro lado del bosque, recomendándole que no se entretuviese por el camino, pues cruzar el bosque era muy peligroso, ya que siempre andaba acechando por allí el lobo.
Caperucita Roja recogió la cesta con los pasteles y se puso en camino. La niña tenía que atravesar el bosque para llegar a casa de la Abuelita, pero no le daba miedo porque allí siempre se encontraba con muchos amigos: los pájaros, las ardillas...
De repente vio al lobo, que era enorme, delante de ella.
- ¿A dónde vas, niña? - le preguntó el lobo con su voz ronca.
- A casa de mi Abuelita - le dijo Caperucita.
- No está lejos - pensó el lobo para sí, dándose media vuelta.
Caperucita puso su cesta en la hierba y se entretuvo cogiendo flores: - El lobo se ha ido -pensó-, no tengo nada que temer. La abuela se pondrá muy contenta cuando le lleve un hermoso ramo de flores además de los pasteles.
Mientras tanto, el lobo se fue a casa de la Abuelita, llamó suavemente a la puerta y la anciana le abrió pensando que era Caperucita. Un cazador que pasaba por allí había observado la llegada del lobo.
El lobo devoró a la Abuelita y se puso el gorro rosa de la desdichada, se metió en la cama y cerró los ojos. No tuvo que esperar mucho, pues Caperucita Roja llegó enseguida, toda contenta. La niña se acercó a la cama y vio que su abuela estaba muy cambiada.
- Abuelita, abuelita, ¡qué ojos más grandes tienes!
- Son para verte mejor - dijo el lobo tratando de imitar la voz de la abuela.
- Abuelita, abuelita, ¡qué orejas más grandes tienes!
- Son para oírte mejor - siguió diciendo el lobo.
- Abuelita, abuelita, ¡qué dientes más grandes tienes!
- Son para...¡comerte mejoooor! - y diciendo esto, el lobo malvado se abalanzó sobre la niñita y la devoró, lo mismo que había hecho con la abuelita.
Mientras tanto, el cazador se había quedado preocupado y creyendo adivinar las malas intenciones del lobo, decidió echar un vistazo a ver si todo iba bien en la casa de la Abuelita. Pidió ayuda a un serrador y los dos juntos llegaron al lugar. Vieron la puerta de la casa abierta y al lobo tumbado en la cama, dormido de tan harto que estaba.
El cazador sacó su cuchillo y rajó el vientre del lobo. La Abuelita y Caperucita estaban allí, ¡vivas!.
Para castigar al lobo malo, el cazador le llenó el vientre de piedras y luego lo volvió a cerrar. Cuando el lobo despertó de su pesado sueño, sintió muchísima sed y se dirigió a un estanque próximo para beber. Como las piedras pesaban mucho, cayó en el estanque de cabeza y se ahogó.
En cuanto a Caperucita y su abuela, no sufrieron más que un gran susto, pero Caperucita Roja había aprendido la lección. Prometió a su Abuelita no hablar con ningún desconocido que se encontrara en el camino. De ahora en adelante, seguiría las juiciosas recomendaciones de su Abuelita y de su Mamá.
CORTÍSIMO METRAJE
Automovilista en vacaciones recorre las montañas del centro de Francia, se aburre lejos de la ciudad y de la vida nocturna. Muchacha le hace el gesto usual del auto-stop, tímidamente pregunta si dirección Beaunne o Tournus. En la carretera unas palabras, hermoso perfil moreno que pocas veces pleno rostro, lacónicamente a las preguntas del que ahora mirando los muslos desnudos contra el asiento rojo. Al término de un viraje el auto sale de la carretera y se pierde en lo más espeso. De reojo sintiendo como cruza las manos sobre la minifalda mientras el terror poco a poco. Bajo los árboles una profunda gruta vegetal donde se podrá, salta del auto, la otra portezuela y brutalmente por los hombros. La muchacha lo mira como si no, se deja bajar del auto sabiendo que en la soledad del bosque. Cuando la mano por la cintura para arrastrarla entre los árboles, pistola del bolso y a la sien. Después billetera, verifica bien llena, de paso roba el auto que abandonará algunos kilómetros más lejos sin la menor impresión digital porque en este oficio no hay que descuidarse.
Julio Cortázar
Oscar Wilde
Oscar Fingal O'Flahertie Wills Wilde (n. 16 de octubre de 1854, en Dublín, Irlanda, entonces perteneciente al Reino Unido[1] – 30 de noviembre de 1900, en París, Francia) fue un escritor, poeta y dramaturgo.
Wilde es considerado como uno de los dramaturgos más destacados del Londres victoriano tardío; además, fue una celebridad de la época debido a su puntilloso y gran ingenio. Fue condenado a dos años de trabajos forzados tras un famoso juicio en el que fue acusado de "indecencia grave" por una comisión inquisitoria de actos homosexuales. Luego de cumplir la condena, abandona el Reino Unido en dirección a Francia, jamás regresando a su tierra natal.
Contenido
Óscar Wilde nació el 16 de octubre, de 1854, en Dublín, Irlanda, en el seno de una familia protestante irlandesa.
Fue el segundo de los tres hijos que tuvieron el médico Sir Williams Robert Wills Wilde y su esposa, Jane Francesca Elgee. Ella era escritora de éxito y nacionalista de la causa irlandesa, conocida con el sobrenombre de Speranza. Su padre era un destacado cirujano otorrinolaringólogo, además de un renombrado filántropo (dirigía un dispensario en Dublín destinado a la atención de los indigentes). Además, escribió libros sobre arqueología y folklore.
Estudios
Oscar fue educado en casa hasta los nueve años. En 1864 ingresó en la Port Royal School de Enniskillen, en el condado de Fermanagh (Irlanda), donde estudió hasta 1871. Durante esta etapa falleció su hermana Isola. Esta muerte prematura inspiró a Wilde a escribir Requiescat, un delicado poema.
En octubre de 1871 ingresó en el Trinity College de Dublín, donde estudió a los clásicos hasta 1874. Su rendimiento sobresaliente lo llevó a ganar tres años más tarde la «Medalla de Oro Berkeley», el mayor premio para los estudiantes de clásicos de este colegio, por su trabajo en griego sobre poetas griegos.
Gracias a una beca de 95 £ anuales, el 17 de octubre de 1874 ingresó en el Magdalen College, de Oxford, donde continuó sus estudios hasta 1878. Durante su estancia en este colegio falleció su padre, el 19 de abril de 1876. Su poema Ravenna le permitió adjudicarse el «Oxford Newdigate Prize» en junio de 1878. Finalmente, en noviembre de 1878 obtuvo el título de Bachelor of Arts, graduándose con la mayor nota posible. Oscar permaneció en Oxford desde finales de 1874 hasta el verano de 1878, y en este período logró ser una persona bastante conocida dentro del marco universitario por sus pintorescos gustos.
Familia
Constance Lloyd, esposa de Wilde, y Cyril, su hijo.
Después de graduarse en el Magdalen College, Oscar Wilde regresó a Dublín, donde conoció y se enamoró de Florence Balcombe. Ella, por su parte, inició una relación con Bram Stoker. Percatándose del enlace, Wilde le anunció su intención de abandonar Irlanda permanentemente. Finalmente abandonó el país en 1878, a donde sólo regresaría en dos ocasiones y por motivos de trabajo. Los siguientes seis años los pasó en Londres, París y en los Estados Unidos, a donde viajó para impartir conferencias.
En Londres conoció a Constance Lloyd, hija de Horace Lloyd, consejero de la reina. Durante una visita de Constance a Dublín en la que ambos coincidieron (pues Oscar ofrecía una conferencia en el Teatro Gaiety), Wilde aprovechó la ocasión para pedirle matrimonio. Finalmente, se casaron el 29 de mayo de 1884 en Paddington, Londres. Las 250 libras de dote de Constance permitieron a la pareja vivir en un lujo relativo. La pareja tuvo dos hijos: Cyril, que nació en junio de 1885, y Vyvyan, nacido en noviembre de 1886. La pareja se separó a consecuencia del escándalo por su procesamiento. Tras el encarcelamiento de Wilde, Constance cambió su nombre y apellido de sus hijos a Holland para desvincularse del escándalo de Wilde, aunque nunca se divorciaron. También le obligaron a renunciar a la patria potestad de sus hijos.[3]
Esteticismo
Wilde recibió una profunda influencia de los escritores John Ruskin y Walter Pater, que defendían la importancia central del arte en la vida. El propio Wilde reflexionó irónicamente sobre este punto de vista cuando en El retrato de Dorian Gray escribió que «Todo arte es más bien inútil» («All art is quite useless»). De hecho, esta cita refleja el apoyo de Wilde al principio básico del movimiento estético: el arte por el arte. Esta doctrina fue acuñada por el filósofo Víctor Cousin, promovida por Théophile Gautier y adquirió prominencia con James McNeill Whistler.
El movimiento estético o Esteticismo, representado entre otros por Walter Pater, William Morris, Dante Gabriel Rossetti y Stéphane Mallarmé, tuvo una influencia permanente en las artes decorativas inglesas. Wilde, en tanto que uno de sus principales representantes en Gran Bretaña, llegó a ser una de las personalidades más prominentes de su época. Aunque sus iguales en ocasiones lo tildaban de ridículo,[cita requerida] sus paradojas y sus dichos ingeniosos y agudos eran citados por todas partes.
Ya desde su período en el Magdalen College, Wilde adquirió renombre especialmente por el papel que desempeñó en los movimientos estético y decadente. Comenzó a llevar el pelo largo y a desdeñar abiertamente los deportes llamados «masculinos». Asimismo, comenzó a decorar sus cuartos en el College con plumas de pavo real, lilas, girasoles, porcelana erótica y otros objetos de arte. Su comportamiento excéntrico frente a la norma masculina le costó que lo zambulleran en el río Cherwell además de que le destrozaran sus cuartos (que todavía sobreviven como salas de alojamiento de estudiantes en el College). Sin embargo, este culto se propagó entre ciertos segmentos de la sociedad hasta un punto tal que las actitudes lánguidas, las vestimentas exageradas y el esteticismo en general se convirtieron en una pose reconocida.
El esteticismo en general fue caricaturizado en la opereta Patience (1881), de Gilbert y Sullivan. Patience tuvo tal éxito en Nueva York que al empresario Richard D'Oyly Carte se le ocurrió la idea de enviar a Wilde a los Estados Unidos a dar un ciclo de conferencias. La gira se organizó cuidadosamente, produciéndose la llegada de Wilde en enero de 1882. Wilde afirmó tiempo después que había dicho en la aduana «No tengo nada que declarar sino mi genio» («I have nothing to declare except my genius»), aunque no existen más pruebas de la época (además de la propia afirmación de Wilde) de que dicha declaración se produjese. D'Oyly Carte se sirvió de esta gira de conferencias de Wilde para preparar la gira de Patience por los Estados Unidos, asegurándose de que el público que compraría las entradas estuviera al tanto de la personalidad de este personaje británico.
En 1879 Wilde comenzó a enseñar valores estéticos en Londres. En 1882 viajó a los Estados Unidos y Canadá a dar un ciclo de conferencias. La crítica se ensañó con él (The Wasp, un periódico diario de San Francisco, publicó una caricatura ridiculizando a Wilde y al esteticismo) pero, por otro lado, fue muy bien recibido en un lugar rudo como la ciudad minera de Leadville, Colorado. De regreso en Gran Bretaña, trabajó como revisor para la Pall Mall Gazette de 1887 a 1889. Después de este período, se convirtió en el editor de Woman's World (Mundo femenino).
En el plano político, Wilde apoyaba un tipo de socialismo anarquista, exponiendo sus ideas en el texto El alma del hombre bajo el socialismo.
Envuelto en un escándalo
En 1895, en la cima de su carrera, se convirtió en la figura central de un proceso judicial que consiguió escandalizar a la clase media de la Inglaterra victoriana.[4] Wilde había mantenido una íntima amistad con Lord Alfred Douglas (conocido como Bosie). Al enterarse el padre de éste, el marqués de Queensberry, le dejó una nota a Wilde en el club que frecuentaba: "To Oscar Wilde posing as a somdomite." (SIC) (Traducción aproximada: "A Oscar Wilde, que alardea de somdomita"), con todo y error ortográfico. El escritor, animado por Bosie, denunció al marqués por calumnias, esgrimiendo la "amoralidad" del arte como defensa.[5] Sin embargo, el marqués de Queensberry termina absuelto y en cambio se empieza un nuevo juicio, esta vez en contra de Wilde, por sodomía y grave indecencia. Condenado a dos años de trabajos forzados en el juicio celebrado en mayo de 1895, salió de la prisión arruinado material y espiritualmente. Su peripecia en prisión fue descrita en dos obras: De Profundis, escrita a principios de 1897, que es una extensa carta llena de resentimiento dirigida a Lord Alfred Douglas al final de su estancia en prisión, y The Ballad of Reading Gaol, poema donde el ahorcamiento de un compañero sirve como excusa para describir íntimos sentimientos sobre el mundo carcelario.
Desengañado de la sociedad inglesa, en mayo de 1897 Oscar abandona definitivamente la cárcel. Pasó el resto de su vida en París, y se traslada ese mismo día a un pueblecito costero al norte de este país, viviendo bajo el nombre falso de Sebastian Melmoth. Allí, y de la mano de un sacerdote irlandés de la Iglesia de San José, dicen los rumores que se convirtió al catolicismo, fe en la que supuestamente murió[cita requerida].
Después de la muerte
Su primer hijo, Cyril, falleció en la Primera guerra mundial, en mayo de 1915, como miembro de las filas británicas que lucharon en Francia. El segundo, Vyvyan, sobrevivió a la guerra y se convirtió en escritor y traductor, publicando sus memorias en 1954. El hijo de Vyvyan, Merlin Holland, ha editado y publicado muchos trabajos sobre su abuelo.
En 1950, durante el quincuagésimo aniversario de la muerte de Wilde, las cenizas de Robert Baldwin Ross (Robbie Ross), crítico de arte, muy fiel amigo hasta la muerte de Oscar y que dijo ser su primer amante masculino, fueron añadidas a su tumba en el cementerio Père Lachaise, donde descansan junto a las del escritor.[cita requerida]
El gigante egoísta
[Cuento. Texto completo]
Oscar Wilde
Cada tarde, a la salida de la escuela, los niños se iban a jugar al jardín del Gigante. Era un jardín amplio y hermoso, con arbustos de flores y cubierto de césped verde y suave. Por aquí y por allá, entre la hierba, se abrían flores luminosas como estrellas, y había doce albaricoqueros que durante la Primavera se cubrían con delicadas flores color rosa y nácar, y al llegar el Otoño se cargaban de ricos frutos aterciopelados. Los pájaros se demoraban en el ramaje de los árboles, y cantaban con tanta dulzura que los niños dejaban de jugar para escuchar sus trinos.
-¡Qué felices somos aquí! -se decían unos a otros.
Pero un día el Gigante regresó. Había ido de visita donde su amigo el Ogro de Cornish, y se había quedado con él durante los últimos siete años. Durante ese tiempo ya se habían dicho todo lo que se tenían que decir, pues su conversación era limitada, y el Gigante sintió el deseo de volver a su mansión. Al llegar, lo primero que vio fue a los niños jugando en el jardín.
-¿Qué hacen aquí? -surgió con su voz retumbante.
Los niños escaparon corriendo en desbandada.
-Este jardín es mío. Es mi jardín propio -dijo el Gigante-; todo el mundo debe entender eso y no dejaré que nadie se meta a jugar aquí.
Y, de inmediato, alzó una pared muy alta, y en la puerta puso un cartel que decía:
ENTRADA ESTRICTAMENTE PROHIBIDA
BAJO LAS PENAS CONSIGUIENTES
Era un Gigante egoísta...
Los pobres niños se quedaron sin tener dónde jugar. Hicieron la prueba de ir a jugar en la carretera, pero estaba llena de polvo, estaba plagada de pedruscos, y no les gustó. A menudo rondaban alrededor del muro que ocultaba el jardín del Gigante y recordaban nostálgicamente lo que había detrás.
-¡Qué dichosos éramos allí! -se decían unos a otros.
Cuando la Primavera volvió, toda la comarca se pobló de pájaros y flores. Sin embargo, en el jardín del Gigante Egoísta permanecía el Invierno todavía. Como no había niños, los pájaros no cantaban, y los árboles se olvidaron de florecer. Sólo una vez una lindísima flor se asomó entre la hierba, pero apenas vio el cartel, se sintió tan triste por los niños que volvió a meterse bajo tierra y volvió a quedarse dormida.
Los únicos que ahí se sentían a gusto eran la Nieve y la Escarcha.
-La Primavera se olvidó de este jardín -se dijeron-, así que nos quedaremos aquí todo el resto del año.
La Nieve cubrió la tierra con su gran manto blanco y la Escarcha cubrió de plata los árboles. Y en seguida invitaron a su triste amigo el Viento del Norte para que pasara con ellos el resto de la temporada. Y llegó el Viento del Norte. Venía envuelto en pieles y anduvo rugiendo por el jardín durante todo el día, desganchando las plantas y derribando las chimeneas.
-¡Qué lugar más agradable! -dijo-. Tenemos que decirle al Granizo que venga a estar con nosotros también.
Y vino el Granizo también. Todos los días se pasaba tres horas tamborileando en los tejados de la mansión, hasta que rompió la mayor parte de las tejas. Después se ponía a dar vueltas alrededor, corriendo lo más rápido que podía. Se vestía de gris y su aliento era como el hielo.
-No entiendo por qué la Primavera se demora tanto en llegar aquí -decía el Gigante Egoísta cuando se asomaba a la ventana y veía su jardín cubierto de gris y blanco-, espero que pronto cambie el tiempo.
Pero la Primavera no llegó nunca, ni tampoco el Verano. El Otoño dio frutos dorados en todos los jardines, pero al jardín del Gigante no le dio ninguno.
-Es un gigante demasiado egoísta -decían los frutales.
De esta manera, el jardín del Gigante quedó para siempre sumido en el Invierno, y el Viento del Norte y el Granizo y la Escarcha y la Nieve bailoteaban lúgubremente entre los árboles.
Una mañana, el Gigante estaba en la cama todavía cuando oyó que una música muy hermosa llegaba desde afuera. Sonaba tan dulce en sus oídos, que pensó que tenía que ser el rey de los elfos que pasaba por allí. En realidad, era sólo un jilguerito que estaba cantando frente a su ventana, pero hacía tanto tiempo que el Gigante no escuchaba cantar ni un pájaro en su jardín, que le pareció escuchar la música más bella del mundo. Entonces el Granizo detuvo su danza, y el Viento del Norte dejó de rugir y un perfume delicioso penetró por entre las persianas abiertas.
-¡Qué bueno! Parece que al fin llegó la Primavera -dijo el Gigante, y saltó de la cama para correr a la ventana.
¿Y qué es lo que vio?
Ante sus ojos había un espectáculo maravilloso. A través de una brecha del muro habían entrado los niños, y se habían trepado a los árboles. En cada árbol había un niño, y los árboles estaban tan felices de tenerlos nuevamente con ellos, que se habían cubierto de flores y balanceaban suavemente sus ramas sobre sus cabecitas infantiles. Los pájaros revoloteaban cantando alrededor de ellos, y los pequeños reían. Era realmente un espectáculo muy bello. Sólo en un rincón el Invierno reinaba. Era el rincón más apartado del jardín y en él se encontraba un niñito. Pero era tan pequeñín que no lograba alcanzar a las ramas del árbol, y el niño daba vueltas alrededor del viejo tronco llorando amargamente. El pobre árbol estaba todavía completamente cubierto de escarcha y nieve, y el Viento del Norte soplaba y rugía sobre él, sacudiéndole las ramas que parecían a punto de quebrarse.
-¡Sube a mí, niñito! -decía el árbol, inclinando sus ramas todo lo que podía. Pero el niño era demasiado pequeño.
El Gigante sintió que el corazón se le derretía.
-¡Cuán egoísta he sido! -exclamó-. Ahora sé por qué la Primavera no quería venir hasta aquí. Subiré a ese pobre niñito al árbol y después voy a botar el muro. Desde hoy mi jardín será para siempre un lugar de juegos para los niños.
Estaba de veras arrepentido por lo que había hecho.
Bajó entonces la escalera, abrió cautelosamente la puerta de la casa, y entró en el jardín. Pero en cuanto lo vieron los niños se aterrorizaron, salieron a escape y el jardín quedó en Invierno otra vez. Sólo aquel pequeñín del rincón más alejado no escapó, porque tenía los ojos tan llenos de lágrimas que no vio venir al Gigante. Entonces el Gigante se le acercó por detrás, lo tomó gentilmente entre sus manos, y lo subió al árbol. Y el árbol floreció de repente, y los pájaros vinieron a cantar en sus ramas, y el niño abrazó el cuello del Gigante y lo besó. Y los otros niños, cuando vieron que el Gigante ya no era malo, volvieron corriendo alegremente. Con ellos la Primavera regresó al jardín.
-Desde ahora el jardín será para ustedes, hijos míos -dijo el Gigante, y tomando un hacha enorme, echó abajo el muro.
Al mediodía, cuando la gente se dirigía al mercado, todos pudieron ver al Gigante jugando con los niños en el jardín más hermoso que habían visto jamás.
Estuvieron allí jugando todo el día, y al llegar la noche los niños fueron a despedirse del Gigante.
-Pero, ¿dónde está el más pequeñito? -preguntó el Gigante-, ¿ese niño que subí al árbol del rincón?
El Gigante lo quería más que a los otros, porque el pequeño le había dado un beso.
-No lo sabemos -respondieron los niños-, se marchó solito.
-Díganle que vuelva mañana -dijo el Gigante.
Pero los niños contestaron que no sabían dónde vivía y que nunca lo habían visto antes. Y el Gigante se quedó muy triste.
Todas las tardes al salir de la escuela los niños iban a jugar con el Gigante. Pero al más chiquito, a ese que el Gigante más quería, no lo volvieron a ver nunca más. El Gigante era muy bueno con todos los niños pero echaba de menos a su primer amiguito y muy a menudo se acordaba de él.
-¡Cómo me gustaría volverlo a ver! -repetía.
Fueron pasando los años, y el Gigante se puso viejo y sus fuerzas se debilitaron. Ya no podía jugar; pero, sentado en un enorme sillón, miraba jugar a los niños y admiraba su jardín.
-Tengo muchas flores hermosas -se decía-, pero los niños son las flores más hermosas de todas.
Una mañana de Invierno, miró por la ventana mientras se vestía. Ya no odiaba el Invierno pues sabía que el Invierno era simplemente la Primavera dormida, y que las flores estaban descansando.
Sin embargo, de pronto se restregó los ojos, maravillado, y miró, miró…
Era realmente maravilloso lo que estaba viendo. En el rincón más lejano del jardín había un árbol cubierto por completo de flores blancas. Todas sus ramas eran doradas, y de ellas colgaban frutos de plata. Debajo del árbol estaba parado el pequeñito a quien tanto había echado de menos.
Lleno de alegría el Gigante bajó corriendo las escaleras y entró en el jardín. Pero cuando llegó junto al niño su rostro enrojeció de ira, y dijo:
-¿Quién se ha atrevido a hacerte daño?
Porque en la palma de las manos del niño había huellas de clavos, y también había huellas de clavos en sus pies.
-¿Pero, quién se atrevió a herirte? -gritó el Gigante-. Dímelo, para tomar la espada y matarlo.
-¡No! -respondió el niño-. Estas son las heridas del Amor.
-¿Quién eres tú, mi pequeño niñito? -preguntó el Gigante, y un extraño temor lo invadió, y cayó de rodillas ante el pequeño.
Entonces el niño sonrió al Gigante, y le dijo:
-Una vez tú me dejaste jugar en tu jardín; hoy jugarás conmigo en el jardín mío, que es el Paraíso.
Y cuando los niños llegaron esa tarde encontraron al Gigante muerto debajo del árbol. Parecía dormir, y estaba entero cubierto de flores blancas.